A la bella hija de polacos que protagoniza una de mis novelas, me he pasado muchas horas de mi vida, y durante años, imaginándole todo tipo de calamidades, tropiezos e inconvenientes varios. Como es sabido que los personajes una vez echados a andar tienen vida propia, la chica se fue reponiendo pacientemente de cada una de las ordalías por las cuales, de manera manifiesta, la hacía pasar, y como si esto fuera poco, ella imaginaba las suyas para lograr sus misteriosos designios.
A veces uno no sabe por qué razones a las personas que más quiere les hace pasar pruebas y sacrificios tan grandes. Tal vez sea porque la exigencia hacia el otro sea la exigencia mayor que el amor le da a cada persona, quién sabe.
Una señora italiana, de Údine, habrá sabido de esto. Ella me crió y me enseñó un determinado camino, y habrá soportado con más satisfacciones que angustias los sacrificios que le deporté. Y andando por esos caminos, habré provocado mayores inconvenientes a otros, acaso siga dedicando muchas de mis horas a la construcción de los caminos de Érica, pero para gente no creada por mí, pero sí querida. En todo caso, los reclamos que vayan a la señora de Údine. O a Dios. Para lo que conviene, uno niega el libre albedrío y se siente la pura creación de otros. Pero al contrario de Érica, sí se queja.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
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